Con el descubrimiento del nuevo mundo, llegaron a España cientos de nuevos productos provenientes de las tierras de América, pero no sólo de este continente, sino además de otros países de Europa.
Entre las verduras, tubérculos y legumbres provenientes de América que llegaron a la península ibérica por aquellos años se hallan el tomate, la patata, el pimentón, el pimiento y el chocolate. Este último se hizo bastante popular, sobre todo en los siglos XIV y XVII. Cabe mencionar que en España fue donde por primera vez se comenzó a mezclar con azúcar, para contrarrestar su sabor natural amargo.
Por lo demás, otros ingredientes viajaron desde Españas hacia las Américas, ingredientes como el arroz, toda clase de cereales y el olivo.
El tomate (uno de los alimentos más relevantes hasta el día de hoy en la cocina española) ingresó en el siglo XVI por medio de Castilla, y desde ahí al resto de Europa. Los primeros tomates comenzaron a sembrase en España en el año 1777.
Asimismo el pepino, proveniente también de esta tierras, comenzó a verse de forma más seguida en la preparación de ensaladas, junto a los tomates y el maíz.
Puede decirse que estos dos siglos, el XIV y el XVII, fueron la época de oro de la cocina española de la época. Es en este periodo en que la preparación de carnes, sobre todo la de cerdo, comienza a afianzarse como la distinción de la península, sobre todo de la zona media, de Castilla. Esta realidad culinaria tenía por fin diferenciar a los verdaderos españoles de los nuevos españoles, aquellos que provenían del Nuevo Mundo con otras ideas culinarias en la cabeza.
Por entonces el chorizo gana gran popularidad, a fines del siglo XVII. Este comestible fue el primero en servirse como parte íntegra de las tapas en Andalucía.
En cuanto a la gran cocina, esta se basó en gran forma en repostería de gran alcurnia, además de toda clase de panes y acompañamientos como tocinos o embutidos. La sopa de cocidos era otro de los platos predilectos de toda la península.
A partir de entonces, la cocina histórica comenzó a decaer debido a un afrancesamiento de las costumbres y preparaciones, sobre todo en la corte, la que miraba con envidia la crecimiento hegemonía cultural de Francia y su absolutismo.